13 julio, 2020

Mi mejor amigo hetero

By elmillennialtimes@gmail.com

En estos tiempos de relaciones de display resulta muy fácil estrechar lazos afectivos a través de cualquier red social. El like se ha convertido en el nuevo saludo y funciona como termómetro para el popular “tenemos tantas cosas en común”. Los amigos miden su nivel de confianza por el tiempo que tardan en hacer y escuchar sus notas de voz, pero, si todo lo anterior sucede entre un hombre y una mujer, ¿qué pasa?

Estoy segura de que tu cabeza pensó en sexo y no te culpo. El mito de la amistad entre hombres y mujeres es tan antiguo como el demonio. Desde niños, los padres preguntan a sus hijos si ya tienen novia en el colegio, mientras que a las niñas se les enseña a caminar con gríngolas. Esas lecciones tempranas de socialización implantan en los hombres la idea de que las relaciones con las mujeres son una cacería, mientras que las mujeres aprenden el temor de ser capturadas. Por fortuna, tal desequilibrio no siempre permanece intacto: existen adultos capaces de desarrollar relaciones afectivas estables sin involucrar las sábanas. Si las dudas persisten, he aquí un ejemplo.

Fue en una tarde de café y actualización de agenda. Tenía cita con un amigo en un lugar donde la comida es tan buena como la decoración. Como la millennial que soy, tenía que hacer el registro fotográfico. Luego de editar la foto en una aplicación, subo la foto a mi estado de WhatsApp. A los pocos minutos alguien responde:

– Angie: todos tus amigos son gais, menos yo, ¿verdad?

Era Leo, mi mejor amigo heterosexual, y sí, tenía razón. En realidad, fui consciente de aquello en ese preciso momento. Tengo muchos amigos homosexuales a quienes amo con loca pasión, y con Leo es igual, excepto que la gente asume que si salimos es porque estamos juntos, riesgo que no existe con los amigos gais.

En un principio, Leo y yo wasapeábamos como locos nuevos sobre todos los temas, él en Barranquilla y yo en Sincelejo. ¡Un día vino hasta acá!, así que ya podrán hacer el cálculo de nuestra locura. En esa ocasión salimos a comer, algo de rumba y de nuevo más comida. Disfrutamos de la compañía del otro y de la buena conversación. Cuando volvimos a los aposentos digitales la comunicación continuó. Leo y yo fuimos sinceros el uno con el otro para saber que lo que nos unía era una amistad. Nos contamos lo que nos pasa: los moscos en el alambre, las novedades, las que se fueron, los que llegaron… También, nos recomendados libros y películas, y yo escucho los podcasts de 400 Voces, su programa de radio en Uninorte FM. Otras veces –más desocupados– Leo me envía fotos para chequear su progreso en el gimnasio, y yo hago lo mismo para que me ayude a decidir qué publicar en Instagram.

– Angie: te ves muy linda en esa foto. Pero eso sí, se te ven muy grandes las tetas. No las puedes ocultar.

He ahí un comentario de una típica conversación entre nosotros. Hacer uso de su sabiduría de macho se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos.

El cine y la televisión refuerzan el estereotipo de que un hombre y una mujer no pueden estar juntos si no hay sexo de por medio. Tenemos a Julia Roberts en La boda de mi mejor amigo, a todo el elenco de Friends, y cómo olvidar al rey colombiano de la friendzone: Nicolás, en Yo soy Betty, la fea. Estos personajes interpretan un libreto que se repite porque tiene éxito, y tiene éxito porque se repite.

La ciencia propone un escenario similar. La psicóloga April Bleske-Rechek, de la Universidad de Wisconsin, lideró junto a un grupo de estudiantes un estudio sobre la amistad entre hombres y mujeres. Según ella, percibimos de manera muy diferente los mensajes o señales emitidos por el sexo opuesto: los hombres son más propensos a malinterpretarlos, añadiéndoles un tinte sexual que no existe. El estudio concluye que mientras exista un grado de atracción mayor entre alguno de los involucrados, la amistad se hace imposible, a menos que una de las partes ya tenga una relación. Esa es la única excepción, a menos que, de acuerdo con el escritor Michael Nast, uno de los dos sea un bagre y esto suprima cualquier deseo sexual.

La ciencia puede darle la razón a unos, mientras que la experiencia a otros, pero lo cierto es que cada quién lee como se le da la gana a los demás. Recibir un saludo y agendar una salida no es lo mismo que un “hola guapa, qué olvido, ¿cuándo nos vemos?”.

Vuelvo a Leo. Ambos somos personas atractivas, física y espiritualmente. Se nos va el tiempo hablando de asuntos densos o frívolos, todos con la misma intensidad; cantamos rancheras y norteñas, Leo La cama de piedra, de Pedro Infante, y yo Golpes en el corazón, de Los Tigres del Norte; evaluamos nuestras aventuras amorosas con total objetividad y pensamos en prospectos para el otro. Y claro: nos hacemos bromas bastante sexuales. Él y yo estamos cansados de responder que somos amigos, que no tenemos nada, pero la gente insiste y hace conjeturas ridículas.

Estoy convencida de que todos podemos tener un amigo leal del sexo contrario, alguien sin miedos o inseguridades que no confunda las cosas. Un amigo hombre y heterosexual es muy ventajoso y se aprende un montón, así que aprovechen esa oportunidad, sin malicia ni bobadas. Piénsenlo.

By the way: cuando le comenté a Leo que escribiría sobre él, me escribió al WhatsApp:

– Ahora todos van a pensar que soy marica por tener amigas y no hacer nada con ellas.

Escribiendo…

Escribiendo…

Escribiendo…

– Mentiras, Angie, me gusta que seas mi amiga.

Escribiendo…

Escribiendo…

Escribiendo…

– Me hubiera gustado meterte mi cosita, pero ya eres mi amiga.

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