29 noviembre, 2022

Las bichotas también lloran

By elmillennialtimes@gmail.com

Imaginen a una mujer segura de sí misma, independiente, trabajadora, estudiosa, directa, sexualmente libre, espiritualmente consciente y guapa. ¿Cómo se la imaginaron? Todos estos atributos son los ingredientes para lo que consideraríamos en nuestra era contemporánea una bichota. Ahora les pregunto: ¿se la imaginaron con corazón? 

ESA es la pregunta que me he hecho mil veces cuando de mujeres empoderadas se habla. La lucha por los derechos y la equidad de género nos ha dado victorias, pero también el estereotipo de mujeres frías, calculadoras, sin sentimientos, que odian a los hombres y, por consiguiente, no lloran. Este artículo inicialmente iba a llamarse “Los hombres de mi vida”, pero luego no pude evitar preguntarme ¿a quién carajos le importa? Así que, con el pretexto de tres historias de tres hombres que han pasado por esta bichota en los últimos años, intentaré demostrar que en el camino del empoderamiento la maleta va con Kleenex incluido.

Si tuviera que definir mi vida emocional del último año en una palabra sería finales. Relaciones que llegan a su fin luego de mucho tiempo de reposición, y que me dejan lista para jugar en otras canchas. Los jugadores de esta liga son unos partidazos. Vamos a llamarlos Bombita, Buffon y Mr. Cangrejo. Cada uno tiene una historia de azúcar, flores y muchos colores pero también de sustancias X. Sin más calentamiento, ¡esto empezóóó! 

Bombita

Lo tiene todo: talentoso, encantador, le gusta la buena música, el cine… un hombre de mundo, estilazo, abdominales y un ego estratosférico. Para entender lo que sucedió –y por qué acabó– es necesario introducir los siguientes términos: 

  • Love bombing: explosión de amor y atención para enganchar a la otra persona haciéndole sentir única y especial. 
  • Breadcrumbing: señales de atención o cariño en forma de migajas, sin intenciones serias. 

Si quieres saber más de estos dos conceptos y otros más, haz click aquí.

Como toda relación, los inicios son una maravilla. Yo no podía creer que alguien como ÉL se fijara en mí. Él podría estar con cualquiera, pero está conmigo. Cuando se murió su gata me llamó en la madrugada desconsolado y pasamos el duelo juntos. No llamó a otra, me llamó a mí. Yo me sentía elevada pero en el fondo, lo que sentía era más ansiedad que el vértigo usual de las nuevas relaciones. Eran tantas sus demostraciones de afecto que en vez de disfrutarlas lo que no quería era perderlas. Le dije sí a todo: a sus películas, a su música, a sus planes, a sus múltiples llamadas en el día, a sus deseos. Cuando llegó el momento de decir las palabras mágicas ¿tú y yo qué somos?: Abracadabra! 

—Bb, tú y yo estamos andando. Si quieres algo estable, no soy la persona en este momento. 

Bla bla bla…. 

(Aquí sacamos el primer Kleenex)

Luego de esta declaración de no disponibilidad, lo que siguió fue alejarse y Ley del Hielo. Sin embargo, las historias de Instagram son nuestro peor enemigo si de superar a alguien se trata. Aquí dejó de tirar bombas a tirar pan. Apariciones esporádicas que lo único que hacían era revolver todos los sentimientos de frustración y aumentar falsas expectativas de una relación que nunca iba a suceder. La mejor de sus apariciones fue hace poco. Yo estaba en mi mejor momento de vacaciones en Europa y de repente: “Hello, it’s me”, seguido de notas de voz con contenido de arrepentimiento y “Sé que podemos lograrlo”. 

Me gustaría saber por qué los hombres aparecen justo en el momento en que una ya los olvida. ¿Hay una app para eso? ¿Les llega una notificación? Es como si no pudieran soportar que seamos felices sin ellos. Eso no es nostalgia bbs, es su ego dando gritos. Aún así, cedí. De vuelta en Colombia sucedió lo que ya sabía: un romance con fecha de  vencimiento. 

Nuestra última conversación fue madura y reivindicante. Insistí en que cada acción tiene una consecuencia en el otro y que cada una de sus apariciones arbitrarias destruyen la tranquilidad que tanto trabajo me cuesta conseguir. Él, hasta ese momento, se dió cuenta que la mayoría del tiempo todo estuvo muy mal. Decidimos que no iba a haber más repechaje y cortar la comunicación. Con él aprendí mucho. Conocí a Khruanbing, que luego se convirtió en una de mis bandas favoritas y escuché El Madrileño hasta el punto de aborrecerlo e inevitablemente pensar en él cuando escucho a Tangana. Con él me celebro haberme permitido fluir y ceder el control. El problema es que fluí sin límites, tenía una bomba en las manos  y me explotó en la cara.

Buffon

Si Bombita lo tenía todo, este tenía eso y más. Nos conocimos un 7 de agosto de 2018. Si de una relación estaba orgullosa, era de esta. Era la ideal. Una persona que te ayuda a hacer un Excel con un listado de becas en el extranjero para mantenerte motivada a perseguir tus sueños es alguien que te conoce, te valora y quiere verte feliz. O por lo menos eso pensaba yo. 

Todos nuestros encuentros fueron intensos, pero se pueden contar con una mano. El último fue gestionado por él: fecha, tiquetes, itinerario, recogida en el aeropuerto… La morada  del romance fue su casa: un lugar acogedor, tranquilo, con todos los aromas y sabores de la comida que preparaba. Hasta que pasó lo impensable. 

Él leía un periódico mientras yo me acicalaba. Me acerco y le pregunto si quiere hacer algo antes de dormir.

—No Angie, voy a leer —respondió.

Él lee mucho, así que normal. Me extrañó fue el hecho de estar recién llegada de viaje y no sentirme bienvenida. Al día siguiente el ambiente se tornó tenso. No dormimos juntos. Desayunamos sin hablar. Él seguía leyendo en su cuarto. Salí a disfrutar de la ciudad hasta la noche. Al regresar no aguanté más y pregunté: 

—¿Tú estás bien? 

No. Él no estaba bien. Todo estaba mal. De repente, mi presencia en su espacio era incómoda. Yo tenía mil preguntas ¿Cómo te sientes mal si tú me trajiste aquí? ¿Entonces quién eres tú? ¿Ya no me quieres o nunca lo hiciste? ¿Qué está pasando? Su respuesta a todo fue: 

—Lo siento, Angie. 

Estaba en un espacio que solía conocer, con una persona que solía conocer, sintiéndome como una extraña. Verlo a la cara era difícil. Sentía miedo, confusión, culpa. Hasta su físico se desdibujó. En una de mis múltiples confrontaciones, él respondió: 

—¿Y cómo crees que me siento yo? ¿Tú crees que hago esto por placer? No quiero ver ni a mi familia. 

En ese momento pensé: Ok, le pasa algo. Pero aún así, quien estaba pagando los platos rotos de cualquiera que fuese su condición era yo. De nuevo estaba siendo arrasada por las decisiones –y emociones– de otra persona. El peso de conciencia de verme repitiendo un patrón, sumado a la frustración, sumado a la tusa que veía venir por la persona que consideraba mi relación ideal, era insoportable. 

Long story short, hice maletas y me fui. La despedida fue triste, dolorosa y acompañada de “No quiero saber nada de ti”. Borrar un contacto de mi teléfono nunca se sintió tan raro. Salí de su espacio sin entender nada. Probablemente, nunca lo entenderé, porque cualquier explicación está en su cabeza y ese es el último sitio donde quiero estar. Es curioso cómo tomas un avión con la idea de encontrarte con otra persona y terminas encontrándote contigo misma. El viaje continuó a pesar de las turbulencias. Me curé con los remedios que nunca fallan: tiempo y amigxs. Traté de encontrar señales que pudieran advertirme sobre esto, pero no encontré ninguna. Todo lo anterior a este episodio era casi perfecto. A lo mejor se trata solo de la vida misma, de sus ires y venires recordándome lo que no debería olvidar. 

(Aquí vamos por la mitad de la caja de Kleenex)

Mr. Cangrejo

En algún café, con una amiga de unos 20 años más que yo, recordé una frase que aún me taladra la cabeza: “Angie, haz lo que quieras pero nunca te metas con un hombre casado”. De todas las cosas que les puedo decir sobre Mr. Cangrejo, esta es sin duda, la más importante. 

Hace un par de años pensaba que estar con un hombre casado no era mi problema. Yo soy una mujer soltera, libre y no tengo compromisos. Por lo tanto, él verá. Ahora, es todo lo contrario. Soy una mujer soltera que puede estar con quien quiera, así que ¿por qué estar con un man casado? 

(Sigo buscando la respuesta)

La relación con Mr. Cangrejo era todo lo que me gustaría tener. Nos admiramos, nos apoyamos, compartimos tiempo de calidad –desde un café hasta el silencio– y una visión del sexo como un terreno de infinitas posibilidades. Sin embargo, con el tiempo el síntoma de culpa fue cada vez más grave. Pasábamos de la calidez de un beso de despedida al: “hola, tenemos que hablar, esto no puede estar pasando más”. 

Con Mr. Cangrejo hice trampa. Este final estuvo prolongado por varias temporadas, pero siempre fue eso, un final. ¿Qué lo detuvo? Que había algo. Siempre he creído que el amor se puede presentar de distintas formas. Lo que nos ha enseñado Disney es una mentira. Una línea de tiempo perfecta que termina en “serán felices por siempre”. En este caso no se trataba de línea sino de un garabato multicolor que se bota a la basura y vuelve a empezar una y otra vez. 

Aunque volaban muchas mariposas, teníamos claro que nada iba a cambiar. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme: ¿por qué a mí? ¿por qué con él? Cuando esto pasa hay dos opciones: hundirse en la frustración o coger lo que queda de la caja de Kleenex e invocar a Karol G con eso de “la mujer en la que yo me voy a convertir después de esto que me está pasando”. 

En resumen, lo que me han enseñado estas tres experiencias y cuatro años de soltería es: 

  1. Mi vida amorosa cabe en un carrusel de Pictoline. 
  2. People come and go.
  3. Si esto ha pasado a mis 26, todo lo mejor –y lo peor– está por venir. 

Luego de escribir –y revivir– estas historias entiendo lo que quiso decir Maturana con eso de que perder es ganar un poco. Algunxs pensarán que este artículo es el testimonio de una víctima o que la solución es conseguir un novio. Pues no. Ahora es cuando más sola quiero estar. Tener pareja requiere de responsabilidad con el otrx y una misma. Además,  luego de tres finales, solo se puede estar exhausta. 

En algún momento volveré a salir acicalá de pie a tope. Mientras tanto mantendré bajo la manga dos tácticas esenciales para gestionar partidazos: control de expectativas y límites. Ser una bichota implica saber perrear, pero también gestionar su bienestar emocional. Para eso, una lloradita y seguimo’ hasta abajo. 

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