“Párteme papi como crayola e’ kinder”, dice la letra de uno de los audios más populares del momento en TikTok. Es divertido, pegajoso y fácil de recrear. Pero no estoy aquí para hablar de eso, el asunto es que mi crayola está intacta. Y no entiendo por qué. Meh, en realidad sí lo sé, así que a continuación enumeraré los argumentos con que explican por qué nadie me parte la crayola si estoy en mi etapa más partible.
1. Soy una crayola empoderada
Es curioso. Cuando tenía 20 años (esto suena como hace mucho pero solo han pasado seis años) mi vida sexoafectiva estaba en su pico más alto. Salir con chicos era muy fácil, se me daba muy bien y, sobre todo, me divertía. Ocupaba gran parte de mi tiempo manteniendo relaciones o cultivando nuevas. Sin embargo, mirando en retrospectiva, a mis 20 años era una chica universitaria como cualquier otra: sin dirección ni experiencia pero muy linda y muy joven. Ahora soy una mujer profesional, independiente, productiva, que se levanta a las 6:30 a.m. para ir al gimnasio, que se alimenta bien, lectora, bilingüe. ¿Te gusta la rumba? Soy rumbera ¿Te gusta lo tranqui? También soy tranqui. En fin, soy LA vieja. Pero aún con toda esta lista de chequeo, no pasa nada. Esto no es una queja, es lo que hay y punto.
Quiero entender por qué pasa esto y me surgen las siguientes preguntas: ¿Será que los hombres se intimidan con las mujeres que la tienen clara? ¿Será verdad que las prefieren brutas? Porque las cuentan sí dan para que sea así. Ahora, no exonero mi responsabilidad en la situación, esto es solo una cara de la moneda. La otra la explico a continuación.
2. No rayo en cualquier hoja
Para ilustrarles lo que ha sido mi vida amorosa hasta hace aproximadamente un año imagínense que compré una finca de 50 hectáreas sin saber nada de ganadería. Con este panorama, ¿qué pudo haber pasado? Pues que algunas vacas salieron buenas, otras malas, otras se escaparon del corral, otras las vendí bien. Pero fue hasta que tuve claro para qué quería la finca, en qué ganado iba invertir y cuál definitivamente no volvería a comprar que las cosas cambiaron.
Ese cambio se resume en una frase: calidad por encima de cantidad. Y adivinen qué se necesita para aprender qué es de buena calidad o no. Ajá, sí: tiempo.
Luego de esta ilustración, vuelvo a la crayola. La premisa de este artículo es que mi crayola está intacta, pero no significa que permita que la parta cualquiera. Esta crayola ha pasado por un proceso de manufactura con los ingredientes más valiosos del mercado: trabajo interior, claridad, respeto y mucho mucho amor.
Cuando una ha invertido en conocerse a sí misma, los sentidos se agudizan. Al conocer a alguien tu mente y tu cuerpo reaccionan casi de inmediato. Esto puede tener muchos nombres. Llámalo autogestión, racionalización, control de expectativas o amor propio. Sin importar el nombre, todo se resume en tener claro tu valor y lo que tienes para aportar. Si recibes la misma proporción, excelente. Si quieres negociar, también puedes hacerlo. Las posibilidades son infinitas, todo depende de lo que permitas que suceda o no.
Un síntoma muy evidente del trabajo interior es decir NO más seguido. Tus valores son tu punto de partida y con base en esto empiezas a tomar decisiones. En el último año he dicho que no muchas veces y seguramente lo seguiré haciendo. A mi crayola no le va a pasar nada que dos baterías doble A no puedan resolver.
3. Mejor intacta que mal partida
En este punto podría decir que hay una relación inversamente proporcional entre la madurez que vas adquiriendo mientras te conviertes en adultx y la cantidad de sexo que tienes. Pero hay otra fórmula más optimista. Entre más adulta es la crayola, mejor es la partida. Es decir, aunque tengas menos sexo, el que tienes – aunque sea poco – es mejor.
Por eso, en los momentos donde el drama me gana y pienso “¿Por qué me pasa esto a mí?”, respiro hondo, cuento hasta diez y me vuelvo a preguntar ¿Qué quieres? ¿5 minutos de placer efímero o una experiencia de conexión profunda que te mueva todo desde el pelo hasta la punta de los pies?. Luego se me pasa.
Mientras me hago más adulta soy cada vez más cautelosa con las cosas y las personas a quienes les entrego mi atención y energía. Los días donde lo único que importaba era satisfacer una necesidad egoísta de juego y saciar el vicio de la coquetería ya pasaron, eso sí, los disfruté sin el más mínimo arrepentimiento.
Ahora es distinto, no quiere decir que sea menos placentero. Vivir sin placer sería un error. Solo que el trabajo invertido en tus crayolas te hace cuestionarte cómo las usas, con quién, para qué y en qué términos. Si nada cuadra, mejor intactas. Si la aventura pinta bien, entonces que me coloreen.
¿Si ven? Una misma se hace las preguntas y basta escuchar un reggeaton para darse todas las respuestas.