Esta es la historia de lo mejor y lo peor que me ha pasado: enamorarme.
A mis 28 años puedo decir que tengo la fortuna de haber conocido el amor. El de verdad, no el de Disney ni Hollywood. Estoy tan segura de mi afirmación que cualquier concepto que tenía sobre esto antes de conocerlo a él, quedó completamente anulado.
En este mismo blog he contado en varias entregas lo que he aprendido estando soltera y hoy llegó el turno de contar mis lecciones desde el otro lado. Lo que les voy a contar a continuación es una historia de amor con final feliz. Sí, una historia de amor que terminó y que trajo consigo mi primera tusa.
Esta tusa la divido en tres partes. La primera, a la semana de conocernos y llorar aunque solo se fuera a 1 vuelo de distancia. La segunda, a los seis meses cuando dejamos nuestras dos casas y nos separamos con un océano entre medias. Y la tercera, hoy. Cuando le dije que nos alejáramos para poder recordar cómo era la vida sin el otro. No sé cómo lo hice, pero fue tal como lo esperaba: horrible. Aun así, el sentimiento ya era familiar. Algo así como si todos los órganos de tu cuerpo se estuvieran desgarrando, pero tienes que seguir en pie.
En el pasado solo conocía mini-tusas. Decepciones fugaces por haberme enamorado del potencial y autosabotearme conscientemente para seguir aplazando tener pareja. Una idea que siempre me causó terror. Estos eventos eran de rápida recuperación porque había un motivo o alguien a quien echarle la culpa. Pero cuando la tusa es con amor porque nadie la embarró ¿Cómo se supera? Cuando es la vida la que se interpone y no te queda más remedio que respirar hondo y seguir ¿Cómo se sigue?
Al quedarme sin respuestas – y sin más películas y canciones para autoflagelarme- recurrí a lo único que tengo: mis amigos.
La idea del contacto cero ya vivía rent-free en mi cabeza, pero a la vez era inimaginable. Si terminas en buenos términos ¿Por qué suprimir a esa persona de tu vida? Se puede mantener un vínculo saludable y hacer una transición sin drama porque “todo está bien”.
El asunto es que ese “todo está bien” era más bien un “Pero qué pajazo mental te estás metiendo”. Una excusa para mantener anestesiado el sentimiento de la separación de verdad. Un permiso auto concedido para seguir preguntándole como está, si ya encontró apartamento, qué serie está viendo, si vio el meme que le compartí por DM, si todavía usa mis camisetas para dormir, si todavía recuerda las líneas de nuestros chistes, en fin, si todavía me extraña.
Y la respuesta era sí. Un sí que me recargaba de dopamina por un segundo para luego drenarme y dejarme vacía. Esta dinámica agota rápido y al verme desabastecida, volví a recurrir a lo único que tengo: mis amigos.
Fue aquí cuando lo vi todo claro.
En nuestra relación el mayor motivo de orgullo fue el respeto que teníamos por el espacio del otro. Pero cuando ese espacio empezó a verse inmenso y permanente fue cuando más empezamos a invadirlo. La razón de esto es simple: miedo ¿Y qué hace el miedo? Te implanta dudas, te cuestiona, te susurra en la madrugada miles de deberías y te insinúa que no hiciste suficiente.
Lo que el miedo no sabe es que la puerta por la que entra es falsa y que mi ascendente acuario y yo tenemos un protocolo de rescate cada que tengo que observar una situación con vista panorámica.
Con él, aprendí que puedo amar a alguien distinto a mí misma. Que puedo amar tanto a tal punto de abstraerme de la ecuación y solo desearle que esté bien. Que sea feliz, conmigo o sin mí.
Saber que he tomado decisiones racionales me brinda el consuelo que no encuentro en ningún otro lado, sin embargo, hay cosas que no termino de entender ¿Cómo así que una persona que está viva la sufres como muerta? ¿Por qué aunque veas fotos y videos se siente como si todo hubiera sido mentira? ¿Por qué si estoy haciendo lo correcto me siento tan mal? Lo único que rescato de esto es que a diferencia de mi yo anterior, ahora siento mucho. Siento mucho y no lo evado, siento mucho y atravieso el dolor, siento mucho y me llena de dicha porque es el mejor recordatorio de que estoy viva.
Esta es una historia con final feliz pero sin and they were happily ever after. Puede que me sienta como un soldado abatido, pero tengo la tranquilidad de que lo di todo. Hoy puedo decir que sé qué es el amor sano, compasivo, el que da sombra, el que llora, ríe, goza y ama contigo, y esa es mi mayor victoria.
A TI donde quiera que estés, gracias por llegar, estar y saber irte.