Es un conocido lejano. Lo conocido suficiente para tenerlo en tu cuenta de Instagram privada. Los emojis de cara con corazones y respuestas a historias se volvieron más frecuentes una vez me mudé sola. “Qué cool tu casa”, “Qué bacano vivir sola” y todas las interacciones propias del lenguaje digital. Pero cuando le invito a mi casa se queda callado.
Esa es la historia corta, ahora viene la historia larga (tan larga que por eso escribo un artículo). Primero, recordemos el lugar donde estamos: Instagram. Ese lugar donde sucede todo y nada. Con el sujeto en cuestión el contacto ha sido poco, pero sus piernas tienen el tamaño preciso para motivarme a ir más allá. El “tanteo de terreno” es un juego al que prefiero huir, pero ante la insistencia de sus interacciones, decidí seguir.
El hilo conductor estaba claro: mi casa. Así que tomo la iniciativa y le pregunto: ¿Qué vas a hacer este fin de semana? Él responde una lista infinita de cosas por hacer. Ninguna de esas cosas incluía un “¿Y tú?” “¿Hacemos algo juntos?”, y mucho menos, incluía mi casa. En ese momento, observé la situación y corrí a escribirle a un amigo, le di un update rápido y pregunté “¿Es así como se sienten los hombres?”
En ese momento por primera vez en 27 años lo entendí todo ¿Por qué después de tanto tiempo? Pues, porque esta vez era yo quien estaba del otro lado. Era yo quien proveía toda la infraestructura para que algo pasara. Es decir, era yo la de poder.
El cortejo tradicional entre hombres y mujeres heterosexuales, te pone a ti como chica en lugar de espectadora. Ellos te muestran todo lo que tienen: un trabajo, un apartamento, carro, tarjeta de crédito, viajes al extranjero, historias de sus viajes al extranjero, la música indie que solo ellos conocen, o la película infravalorada de algún director que ellos consideran es la mejor de todas.
De vuelta a la conversación, darme cuenta del cambio de rol fue una terapia de choque. Me sentía encarnando a los hombres con quienes solía salir. Ahora era una de ellos.
Vivir sola es un máster de vida. Pero este módulo en específico me dejó fría. Ahora que soy una mujer independiente, pienso en los hombres que han pasado por mi vida y algunos se han caído del pedestal, a otros el azul de príncipe se les ha desteñido, y algunos pocos les he amado más.
Estas iluminaciones son muy bonitas porque es como limpiar tierra de los ojos, sin embargo, lo que sigue es una gran pregunta. Si soy una mujer proveedora de mí misma en todos los sentidos, ¿Cómo se juega esto ahora?
¿Cómo es el juego de la seducción cuando ya no vas por la vida chequeando una lista de atributos? Ya no tengo que esperar a que pasen por mí, porque yo voy. Ya no respondo “Donde tú quieras” cuando me preguntan a dónde quiero ir porque ya sé. Ya no me asombro por un puesto de trabajo, ni sellos en un pasaporte porque tengo lo uno y también he hecho lo otro. En esta carrera ya no soy una novata en desventaja a quien le dicen “¿Vamos a mi casa?”, porque ahora esa pregunta se convirtió en una negociación ¿La tuya o la mía?
Larga historia hecha corta, todo lo que antes me sorprendía, ahora solo son arandelas. Ahora si estoy con alguien es porque QUIERO. Desaparecen las agendas internas, y solo hay genuino deseo de ESTAR.
Lo anterior no significa que uno vaya por la vida descartando o aprobando gente según si tiene o no un contrato inmobiliario. La edad promedio para independizarse varía según el país, las costumbres y el mindset de cada individuo. Sin embargo, una decisión de vida como esta sí se convierte en una bandera. Del color que usted quiera, pero es una.
El chico de los DMs nunca concretó una cita. Tampoco la aceptó. De hecho, desde que soy ama y señora de mi intimidad espacial son más los NO que he recibido cuando de citas se trata. Pero desde que la intención de juntarse con otro proviene de un lugar honesto, sé que así como mido los esfuerzos para que el detergente me rinda, también lo hago para saber con quién me le mido a ensuciar las sábanas.